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miércoles, 11 de mayo de 2011

Diego García Antón

Sólo pude mirar hacia atrás cuando vi que un monstruo de cinco metros, aproximadamente, con cuatro ojos, tres patas y con una gran cantidad de pelo me perseguía. Nos encontrábamos en un paraje desconocido para mí con muchos edificios grises, sin ventanas y no había mucha visibilidad debido a la densa niebla.

Yo corría y corría, pero cada cinco pasos míos eran equivalentes a un paso suyo. Estaba en desventaja, porque además de ser mucho más pequeño, sus zancadas eran enormes. Cuando había corrido ya, más o menos, cuatro calles me percaté de que había un pequeño agujero en uno de los edificios. Entonces corrí como nunca lo había hecho y me metí en él. Desde allí oí como el monstruo gruñía como enfadado por no encontrarme.

Más tarde, cuando dejé de escuchar cualquier sonido que demostrara que ahí estaba aquel bicho feo, horrendo e imponente, decidí salir de mi escondrijo a inspeccionar el lugar tan raro en el que me encontraba.

Después de un rato de tranquilidad volví a escucharle, en ese momento tuve más miedo que nunca. Pensé que era mi fin cuando…, escuché a mi madre diciéndome que me despertara que tenía que ir al colegio.


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