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miércoles, 11 de mayo de 2011

Francisco José Pujalte Ferrándiz

Sólo pude mirar hacia atrás cuando, preso del pánico, me hallaba en aquel callejón que parecía no tener salida.

En esa oscura noche, donde ni siquiera la luna se atrevió a salir, cada vez escuchaba más cerca esos sonidos que parecían ser los jadeos de una bestia maligna. Corría y corría más pendiente de lo que sucedía detrás de mí que de buscar la salida.

Tropecé con un vagabundo que yacía enrollado en cartones. Apresuradamente me levanté más rápido que solía hacerlo el día de Reyes para ver mis regalos, me disculpé con el pobre hombre que arrollé y volviendo a ponerle los cartones en su sitio huí mientras me intentaba atizar con una botella de whisky que yo esquivaba con facilidad debidoa sus lentos reflejos.

Por fin pude volver a correr. Ese monstruoso sonido se iba desvaneciendo, no sé si porque se iba o porque mi corazón latía todavía más fuerte: bom, bom, bom.

Mi madre irrumpió en la habitación diciendo:

- Hijo, estoy tocándote la puerta y no me contestas.

En ese instante me desperté de aquella horrible pesadilla con el firme propósito de no volver a cenar tanto antes de acostarme.


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