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domingo, 15 de mayo de 2011

IGNACIO TOBÍAS

Sólo pude mirar hacia atrás antes de que mis piernas decidiesen salir corriendo, sin que yo
pudiese evitarlo. Un estridente grito de dolor acababa de romper el silencio que reinaba en la
hasta entonces agradable noche a la luz de las estrellas sobre el acantilado norteño que tanto
tiempo llevaba en mi lista de viajes pendientes.

No recordaba por dónde había llegado allí, pero a decir verdad, tampoco sabía muy bien
de donde venía el grito. Sólo que fuese lo que fuese, no había sido muy lejos de allí. ¿Y si
huyendo, me estaba acercando al peligro? Sentía verdadero miedo, no sabía qué hacer, y
tampoco a qué me podía enfrentar. Intenté esconderme, pero ¿dónde?

Y entonces, vi desvanecerse todo a mi alrededor. Noté como abría los ojos, ¡todo había sido un
mal sueño de media noche!

Era mi primera noche de acampada, en aquel acantilado que por fin conseguía visitar, y no me
terminaba de acostumbrar a dormir sobre el suelo. Me di la vuelta e intenté volver a conciliar
el sueño, cuando de repente di un bote y salí corriendo sin poder hacer nada. La causa: un
ensordecedor grito irritante a no muchos metros de donde me encontraba…

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