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domingo, 15 de mayo de 2011

Pablo Díaz


Solo pude mirar hacia atrás, pero ya era demasiado tarde. La cara horrrorizada del conductor de aquel envejecido tren me hizo comprender lo que estaba a punto de ocurrir, la gran mole metálica me golpeó con fuerza y el andén se desvaneció.
Abrí los ojos y una exageradamente blanca habitación me rodeaba. Me dolía todo, y la fuerte luz que entraba por la ventana dañabamis ojos. Comprendí que se trataba de una habitación de hospital. Acto seguido apareció de la nada una borrosa silueta que se iba acercando hacia mi. Era una enfermera, una mujer. La mujer de mi vida.

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