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miércoles, 11 de mayo de 2011

Joaquín Hernández Salazar

Sólo pude mirar hacia atrás cuando vi acercarse por mi retaguardia tres soldados armados. No sabía qué hacer y entonces cuando estaban encima de mí, un disparo certero de un rifle de francotirador acabó con uno de ellos y los demás sin saber de donde procedía el disparo se quedaron parados, momento que aproveché para acribillar a los otros de una ráfaga.

-¿Quién eres?- pregunté.

-Soy el cabo McMillan, del equipo de francotiradores norteamericanos.

Entonces, un tipo alto, de aspecto curtido, una graciosa barba y bigote rubios se acercó a mí. Me describió su objetivo y le prometí mi ayuda pues él tenía el mismo objetivo que yo y debíamos encontrarnos en el mismo punto de extracción. Así que no tenía nada que perder.

Me condujo por callejones y por dentro de edificios para evitar patrullas de reconocimiento. Hasta que por fin, llegamos a la balconada que daba a la plaza en la cual se debían intercambiar las armas. El objetivo era eliminar al rebelde que iba a comprar las armas para la revuelta que organizaba.

- El que estaba junto al camión- me indicó.

Y de un disparo le abatí. Ahora el trabajo estaba hecho.


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