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miércoles, 11 de mayo de 2011

Martín Quirante Berna

Sólo pude mirar hacia atrás antes de que un hombre de negro, alto me golpeara con una piedra en la cabeza.

Al despertarme estaba en un sitio muy oscuro y húmedo. Sólo tenía puestos unos pantalones de rayas sin zapatos y sin camisa. Pensé que estaba en una cárcel y al ver las rejas y barrotes comprobé que efectivamente me encontraba ahí.

Miré por una pequeña ventana que tenía barrotes y pude observar que estaba en un edificio de gran altura, de unos cinco metros más o menos, que se encontraba en una pequeña isla. Al ver el mar me quedé horrorizado; en unas pequeñas barcas llevaban a los presos a un islote situado al lado de la isla donde los decapitaban y luego lanzaban sus cuerpos sin cabeza la mar. Rápidamente pensé que tenía que salir de allí cuanto antes.

Pasé horas intentando encontrar una salida, pero era imposible salir de aquel lugar, los barrotes estaban hechos de hierro y la ventana era tan pequeña que apenas cabía un pie por ella. Pasé días allí encerrado hasta que un guardia me llevó al islote.

La última imagen que vi fue la del hacha precipitándose sobre mi cabeza.


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