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miércoles, 11 de mayo de 2011

Javier Ladriñán Plaza

Sólo pude mirar hacia atrás antes que comenzara la gran batalla entre nosotros, cinco mil británicos dispuestos a dar la vida por su patria, y los francos, la potencia militar de aquel entonces, que eran casi siete mil.

Estábamos deseando comenzar la batalla, pero a la vez había miedo en nuestros cuerpos. El rival contaba con catapultas, arqueros, soldados,… La muerte nos estaba mirando a los ojos y nosotros teníamos que luchar contra ella.

Dieron la señal. Nuestra furia contenida nos lanzó a por ellos con toda nuestra alma, pero sus catapultas arrasaban todo a su paso. Aún así, los arqueros armaron sus flechas incendiarias y atacaron las catapultas dejándolas inservibles.

La sangre corría por el campo de batalla pero sabía que podíamos ganar. Los francos estaban extenuados y un gran número de ellos, muertos. Habíamos ganado.

La tensión desapareció al terminar la batalla. Y el miedo se transformó en esperanza; la que teníamos de volver a nuestros hogares. Pero sabíamos que aquella felicidad duraría poco, porque el enemigo volvería a por nosotros.

Aún así, estaba tranquilo. Les estaríamos esperando.


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