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miércoles, 11 de mayo de 2011

José Andrés Cano Rodríguez

Solo pude mirar hacia atrás y ver como mi aldea quedaba reducida a cenizas. Los dragones nos habían atacado esta madrugada.

- Tenemos que buscar refugio en las Montañas del Norte – dijo Vandro, el hechicero.

- ¡Eso sería un suicidio! – exclamó un hombre.

- Es la única solución que nos queda – interrumpió el Gran Chamán, nuestro jefe.

Tardamos días en llegar y varios de los nuestros murieron por el camino, entre ellos, mi desafortunado padre. Por fin, un día:

- ¡Allá están! ¡Hemos llegado! – gritó alguien.

Nos instalamos en una cueva y conseguimos sobrevivir hasta el verano.

Dentro de tres lunas será mi Hal-madra, una fiesta que celebran todos los varones que pasan de niños a adultos.

El gran día llegó y me tocó cazar un búfalo de cuatro cuernos. Tardé días en dar con uno y aún más en cazarlo. Ya de vuelta, cerca del poblado, vi a Vandro con el Gran Chamán. Les espié y descubrí que tramaban algo. Nada más llegar alerté de ello a mi madre y al día siguiente huíamos por las montañas. Cuando ya nos habíamos alejado lo suficiente le pregunté:

- ¿Por qué has reaccionado así, mamá?

- No te lo quería contar pero,… Vandro y el Gran Chamán fueron los que incendiaron la aldea.

A los pocos días nos enteramos que algunos hombres de nuestra aldea habían muerto envenenados.


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