Solo pude mirar hacia atrás cuando vi que me perseguían. Comencé a correr velozmente por temor a lo sucedido por las calles de la ciudad. Finalmente, muy cansado me refugié en un parque cercano entre arbustos y matorrales.
Cuando pensé que todo había pasado y salí de mi escondite, numerosos coches de policía rodearon el parque. Yo les conté lo sucedido, pero nadie me escuchó; me esposaron y me escoltaron hasta la cárcel.
Fui condenado a cinco años de cárcel y aún no me explicaba como sucedió todo. Tras ocho meses de injusticia, se repitió un hecho muy similar al que me trajo hasta aquí: Ambos cadáveres tenían una ficha de póker dentro del zapato derecho.
Por fin la policía decidió escuchar mi versión de los hechos y se dio cuenta de mi inocencia. Pero mi sorpresa no terminó ahí. El culpable de ambos crímenes era un ser muy cercano a mí.
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